Hoy te comparto mis impresiones de un libro que me gustó mucho. Se escribió en una isla vecina. Recuerda que haré un sorteo entre quienes tienen la suscripción a La Mestura. (Pero si no sales, no te preocupes, te voy a enviar unas chucherías bonitas). Voy cerrar el sorteo el 30 de mayo. Esta semana compartiré lo que hay en el sorteo. Muchas gracias a todas las personas que han aportado al pote de La Fiambrera.
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Que los desastres no interrumpan nuestra memoria social
“Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, nos decía Güela por cualquier cosa. Eso también me lo dijo, luego de haber perdido su casa por lo vientos del huracán María en el 2017. No podía dejar de pensar en ella; no podía dejar de pensar en ese desastre que, como todos los desastres, destapó las desigualdades y realidades que arropan a Puerto Rico, mientras leía Volcán de Yvonne Weekes. Ese libro recién traducido al español puertorriqueño y publicado por la La Pequeña (2024), es la memoria de una montserratense que se vio obligada a resurgir de las cenizas (p. 143), luego de que el volcán Soufrière quemara y deshabitara gran porción de Montserrat, nuestra vecina Isla.
Eran los noventa, yo estaba en escuela elemental y recuerdo escuchar a mis tías hablando del volcán que explotó, de que las cenizas llegarían a Puerto Rico. A unas cuantas millas de Juana Díaz, Yvone Weekes y miles de personas en Montserrat estaban viviendo un desastre que no era natural. El libro relata cómo estaban ella y los demás, cómo estaba el entorno montserratense antes, durante y después de que la montaña no aguantara más la lava ardiente. Y es que este libro, este testamento, solidifica la memoria social que a veces es tan efímera en nuestro Caribe. Esa memoria que guarda saberes y recursos que nos pueden ayudar a manejar las emergencias de una manera justa. La que necesitamos, junto a la imaginación, como dijo Ana Teresa Toro, para poder navegar el presente.
Tantos huracanes que hemos vivido en Puerto Rico y aún se repiten los mismos errores, las mismas noticias, las mismas pérdidas que reflejan la vulnerabilidad infligida por unas estructuras sociales incapaces de salvaguardar el bienestar colectivo. Y en el caso de Montserrat, las llamas del volcán fueron exacerbadas por la negligencia y la mala planificación, por el manejo inefectivo de esa emergencia. Algo de lo que Weekes tuvo claridad: “[todo] lo que leo confirma lo que sé por instinto. Aquellos a quienes hay que culpar por las muertes son aquellos que fracasaron en su manejo de la crisis. Es demasiado sencillo culpar la montaña” (p. 104).
Weekes, quien dormía con los ojos abiertos, pensando en la montaña, nos recuerda que debemos reconocer, cuidar, amar y valorar nuestro entorno; nos recuerda y anima a sabernos desde el entorno mismo, pues eso es lo que se tiene para sobrellevar los cambios abruptos que a veces son inevitables. Tengo presente una memoria que ella relata sobre estar agradecida de haber ido a una cascada que hoy ya no existe, de haber vivido paisajes que ya no son (p. 99).
Pero más que todo, leer Volcán nos da un jamaqueón necesario para tener presente que no estamos exentos de un desastre. De que un volcán, terremoto, huracán, tsunami, sequía y demás continuarán manifestándose como lo natural que son, pero que las condiciones en las que vivimos serán las que dicten los impactos que tendrán. En Puerto Rico sabemos cómo la condición (neo)colonial es una de esas condiciones, esa que empuja a tanta gente a irse. Y en el caso de Montserrat durante aquellos años calientes, Weekes hacia preguntas que nos competen a muchas islas de esta región: “¿cuál es el hogar de una persona montserratense? ¿Qué ha sido de nosotros? Derramados y dispersos por todo este mundo, nos hemos transformado en gente sin tierra, gente en condiciones jamás imaginadas” (p. 118).
Volcán es la memoria del enojo justificado que siente la autora, el cual convive con la ansiedad de la maternidad y la desesperanza de perder su comunidad. La memoria de una autora que vive abrasada por la incertidumbre de si ocurrirá el regreso a su Isla. Que vive arropada por la tristeza de perder el árbol siempreverde; que vive con la alegría tímida que piensa que no debe bailar, mientras las cenizas pintan una isla envuelta en tirijalas coloniales. Es también la memoria de una mujer hacedora de la cultura que nos deja saber que el arte y el amor son necesarias para sobrellevar un desastre. Yvonne Weekes, como miles de montserratenses, resurgió de las cenizas para decirnos que no olvidemos, que nos tenemos y sostenemos.
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🤓 Terminé mis funciones en el Centro Climático del Caribe de USDA.
📰 Esta semana se publicó el informe periódico del estado de la sequía en Puerto Rico y las Islas Vírgenes.
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